jueves, 29 de enero de 2015

No hay pura luz (Pablo Neruda)

No hay pura luz 
ni sombra en los recuerdos: 
éstos se hicieron cárdena ceniza 
o pavimento sucio 
de calle atravesada por los pies de las gentes 
que sin cesar salía y entraba en el mercado.

Y hay otros: los recuerdos buscando aún qué morder 
como dientes de fiera no saciada. 
Buscan, roen el hueso último devoran 
este largo silencio de lo que quedó atrás.

Y todo quedó atrás, noche y aurora, 
el día suspendido como un puente entre sombras, 
las ciudades, los puertos del amor y el rencor, 
como si al almacén la guerra hubiera entrado 
llevándose una a una todas las mercancías 
hasta que a los vacíos anaqueles
llegue el viento a través de las puertas deshechas 
y haga bailar los ojos del olvido.

Por eso a fuego lento surge la luz del día,
el amor, el aroma de una niebla lejana
y calle a calle vuelve la ciudad sin banderas
a palpitar tal vez y a vivir en el humo.

Horas de ayer cruzadas por el hilo 
de una vida como por una aguja sangrienta 
entre las decisiones sin cesar derribadas, 
el infinito golpe del mar y de la duda 
y la palpitación del cielo y sus jazmines.

Quién soy Aquél? Aquel que no sabía 
sonreír, y de puro enlutado moría? 
Aquel que el cascabel y el clavel de la fiesta 
sostuvo derrocando la cátedra del frío?

Es tarde, tarde. Y sigo. Sigo con un ejemplo 
tras otro, sin saber cuál es la moraleja, 
porque de tantas vidas que tuve estoy ausente 
y soy, a la vez soy aquel hombre que fui.

Tal vez es éste el fin, la verdad misteriosa.

La vida, la continua sucesión de un vacío 
que de día y de sombra llenaban esta copa 
y el fulgor fue enterrado como un antiguo príncipe 
en su propia mortaja de mineral enfermo, 
hasta que tan tardíos ya somos, que no somos:
ser y no ser resultan ser la vida.

De lo que fui no tengo sino estas marcas crueles, 
porque aquellos dolores confirman mi existencia.


Memorial de Isla Negra (1964)

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