Hace daño la tierra aunque pises
sus desgastadas losas y la arcilla
que sirve al alfarero y se hace cántaro.
Y te duele su polvo porque ciega
o mancha la blancura,
la limpidez del agua.
Mas caminas, caminas y te cansas...
Y sigues caminando,
sin recoger el fruto que esperabas.
Y rara vez sonríes a los árboles
que quieren darte sombra y te animan
a reposar un poco bajo ramas
tendidas para ti con generoso
frescor y compañía.
Hace daño la tierra...
Infatigable cruzas sus desiertos:
tu corazón la ama aunque lacere
la planta de tus pies y aún caminas
bendiciéndola.
Senecta (1999)
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