jueves, 25 de mayo de 2017

Viaje al final de la noche (José Iniesta)

¿Qué importa, moradores, que al final
se diluya la noche sin nosotros,
con temor y temblor,
                               en luz amanecida?

Hay algo más enorme en el ahora
que la lenta expansión del universo:
un hombre meditando en una silla
el misterio de ser materia y tiempo
allí donde el amor
                              se extiende y canta.


"Las razones del viento" (2016)

jueves, 18 de mayo de 2017

La rosa (Claribel Alegría)

No quiero desprenderme
de mi tallo
uno a uno
se me caen los pétalos
pero siempre hay perfume
en los que viven
y yo los desafío
desafío al perfume
a escaparse
a saturar el aire
a columpiarse
a ungir mi cadáver
mientras caigo.

"Voces" (2014)

jueves, 11 de mayo de 2017

El remanso (Dulce María Loynaz)

Río cansado se acogió a la sombra
de los árboles dulces..., de los árboles
serenos que no tienen que correr...
Y allí se quedó en gracia de recodo.

Ya está el remanso. Mínimas raíces
lo fijan a la orilla de su alma:
Reflejando las luces y las sombras,
se duermen con un sueño sin distancias...

Es mediodía: Por el cielo azul
una paloma pasa...
El río está tan quieto
que el gavilán, oculto entre las ramas,
no sabe ya por un instante
donde tender el vuelo con la garra:
Si al fino pájaro del aire
o al pájaro, más fino aún, del agua...

Juegos de agua (1947)

jueves, 4 de mayo de 2017

Intervalo (Antonio Moreno)


No pretendo llegar a ningún sitio,
y sin embargo escribo cada noche.
Decir es dirigirse a algún lugar,
marchar a alguna parte, a un destino
al que uno se encamina con palabras
crecidas, luminosas como el cielo
de originaria y blanca luz nocturna.
Mi meta no es llegar, pues, sino ir
no sé adónde, cuando se extingue el día.
Tras cumplir con las cargas de esta fecha,
el saludo al colega y al vecino,
la lección repetida tantas veces,
y los papeles del estudio, las tres
comidas, el paseo de la tarde,
y los preparativos de mañana;
tras terminar con cuanto ocupa un día,
en resumidas cuentas, tomo asiento
en mí y retorno al aire de la noche.
Tomo asiento a la orilla de mí mismo,
junto a un papel que nunca escribiré:
desde hace muchos años, sólo escucho.
Cambié las oraciones por silencio.
Me sumo así al olvido que me aguarda,
el olvido futuro de mis cosas,
en donde no hay placer ni daño alguno.
Qué calma, en el vacío de la noche,
la vacía oquedad de la conciencia.
No pretende decir y sin embargo,
no sé por qué, tal vez porque ama, sale
irremediablemente afuera, sale
y quiere todas las palabras pródigas,
no sé, “aguacero”, “piel”, “rompiente”… Sí,
una fuerza propicia e incomprensible,
palabras con que dice, una y otra
vez, “cuánta vida, cuánta vida, cuánta”.

Polvareda (2003)